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EL CIELO EXISTE. PERO
¿QUÉ Y CÓMO ES?


Llamamos Cielo, simbólicamente, al lugar y estado en que los justos viven felices con Dios para siempre en su gloria. "Vengan, benditos de mi Padre, a tomar posesión del reino que les está preparado desde la creacipon del mundo" (Mateo 25,34), dirá Jesús en la sentencia final. En el Cielo veremos a Dios tal y como es El, lo amaremos ardentísimamente, y seremos felices con la misma dicha con que El es eterna e infinitamente feliz.


Es imposible imaginarse la felicidad de la gloria. "El Cielo es el fin último y la realización de las aspiraciones más profundas del hombre, el estado supremo y definitivo de dicha" (CEC 1024). Será la culminación de todos los bienes mesiánicos, de los que dice San Pablo que "ni el ojo vió, ni el oído escuchó, ni en cabeza humana cabe el pensar lo que Dios tiene preparado para los que le aman" (1Corintios 2,9).

Son célebres las palabras con que San Agustín acaba su genial libro Sobre la Ciudad de Dios, cuando describe nuestra vida en la Gloria: "Allí descansaremos y veremos. Veremos y amaremos. Amaremos y alabaremos. Alabaremos y seremos felices. He aquí lo que será el fin sin fin".

Nadie lo niega. Pero el pensamiento cristiano puede ir también en otra dirección. Aquella vida no será una contemplación embobada.
A la vez que en la visión beatífica de Dios, el bienaventurado estará dentro del cosmos, transformado por la acción divina, en una actividad dichosa y sin cansancio, como es la de Dios mismo. En definitiva, no sabemos cómo será el Cielo. Pero el Concilio nos dice que "Dios nos prepara una nueva morada..., cuya felicidad es capaz de saciar y rebasar todos los anhelos de paz que surgen en el corazón del hombre" (GS 39)