"El grano de trigo que se Entrega, nos da la Vida"
Jóvenes de 14 a 17 años de edad, El Salvador, San José de la Montaña, escríbenos a: jovenesparacristo.jpc@gmail.com
SER JÓVENES AUTÉNTICOS
Todos queremos ser diferentes y originales, el deseo de superación siempre será bien visto pero con relativa frecuencia perdemos tiempo en querer ser precisamente lo que no somos. En ocasiones gastamos más de lo que tenemos para dar la apariencia de una mejor posición económica, no se diga en el modo de comportarse o de vestir según el círculo social al que queremos pertecer; copias el eestilo de hablar elocuente o gracioso que utiliza una persona, o la tendencia a participar activamente en conversaciones para vernos como conocedores de un tema sin tener el mínimo conocimiento.. Esta manera de ser se debe a la falta de aceptación de sí mismo.
A veces la auto-aceptación se hace más difícil por lamentarnos de lo que no tenemos. En distintos momentos y cirunstancias personas han dicho: "si hubiera nacido en una familia con más dinero otra cosa hubiera sido"; "si yo tuviera las cualidades que aquel tiene..";"si hubiera tenido la posibilidad de una mejor educación…"; "si se me hubiera presentado esa oportunidad…"
¿No es esto también una pérdida de tiempo de la que hablamos al principio?
¿No es esto también una pérdida de tiempo de la que hablamos al principio?
Para lograr la autenticidad hace falta más que copiar partes de un modelo, como si quisieramos adueñarnos de una personalidad que NO nos pertenece, o peor aún, pasar la vida esperando "la gran oportunidad" para demostrar lo que somos y lo que podemos lograr. Las experiencias, el conocimiento y la lucha por concretar propósitos de mejora, hacen que con el tiempo se vaya conformando una personalidad propia.
¿Qué hacer entonces para ser auténticos?
- Evitar la mentira y la personalidad múltiple. Ser el mismo siempre, independientemente de las circunstancias.
- Cooperación y comprensión para evitar el deseo de dominio sobre los demás, respetando sus derechos y opiniones.
- Ser fieles a las promesas que hemos hecho, de esta manera, somos fieles con nosotros mismos.
- Cumplir responsablemente con las obligaciones que hemos adquirido
- Hacer a un lado simpatías e intereses propios, para poder juzgar y obrar justamente.
- Esforzarnos por vivir las leyes, normas y costumbres de nuestra sociedad.
- No tener miedo a que "me vean como soy". De cualquier manera, mientras no hagamos algo para cambiar, no podemos ser otra cosa.
La autenticidad da a la persona una natural confianza, pues con el paso del tiempo ha sabido cumplir con los deberes que le son propios en el estudio, la familia y el trabajo, procurando perfeccionar el ejercicio de estas labores superando la apatía y la superficialidad, sin quejas ni lamentaciones. Por la integridad que da el cultivo de este valor, nos convertimos en personas dignas de confianza y honorables, poniendo nuestras cualidades y aptitudes al servicio de los demás, pues nuestras miras van más allá de nuestra persona e intereses.
“A menudo para el hombre la autoridad significa afán de posesión, poder, dominio, suceso. Para Dios, en cambio, la autoridad significa servicio, humildad, amor; significa entrar en la lógica de Jesús que se inclina para lavar los pies a los discípulos, que busca el verdadero bien del hombre, que mira las heridas, que es capaz de un amor tan grande de dar la vida, porque es el Amor”. - Benedicto XVI
II. Arraigados y edificados en Cristo.
"Arraigado" evoca al árbol y las raíces que lo alimentan; "edificado" se refiere a la construcción, hay que señalar que desde el punto de vista gramátical, el texto está en pasivo, quiere decir, que es Cristo mismo quien toma la iniciativa de arraigar y edificar, hacer firmes a los creyentes.
¿Cuáles son nuestras raíces? Naturalmente, nuestros padres, nuestra familia y cultura son un componente importante de nuestra identidad, sin embargo, la Biblia nos muestra otra más: "Bendito quien confía en el Señor y pone en el Señor su confianza: será un árbol plantado junto al agua que junto a la corriente echa raíces; cuando llegue el estío no lo sentirá, su hoja estará verde, en año de sequía no se inquieta, no deja de dar frutos" (Jer 17, 7-8). Entonces, echar raíces significa volver a poner nuestra confianza en Dios, de Él viene nuestra vida, por ello la fe cristiana no es sólo creer en la verdad, sino sobre todo una relación personal con Jesucristo. El encuentro con Él proporciona un dinamismo nuevo a toda la existencia, Cristo nos revela su identidad y, con su amistad, la vida crece y se realiza en plenitud. Todos llegamos a un punto en el que nos preguntamos: ¿Qué sentido tiene mi vida, qué rumbo debo darle?. Esto a veces nos turba el ánimo, pero escuchándo a Jesús, llegamos a ser nosotros mismos. No cuenta la realización de nuestros propios deseos, sino Su voluntad. Así, la vida se vuelve auténtica, a pesar de que esta decisión traiga también sufrimiento, soltar nuestros deseos y poner nuestra confianza en el Señor.
"El que se acerca a mí, escucha mis palabras y las pone por obra, se parece a uno que edificaba una casa, cavó, ahondó y puso los cimientos sobre roca, vino una crecica, arremetió contra el río contra aquella casa, y no pudo tambalearla, porque estaba sólidamente construída" (Lc 6, 47-48).
Construyamos nuestra casa sobre roca, como el hombre que "cavo y ahondó", intentemos nosotros también de acoger cada día la Palabra de Cristo. Escuchemosle como al verdadero Amigo, con Él a nuestro lado seremos capaces de afrontar con valentía y esperanza las dificultades, las desilusiones y los fracasos. Sólo la Palabra de Dios nos muestra la auténtica senda, sólo la fe que nos ha sido transmitida es la luz que ilumina el camino.
Finalmente, apoyemonos en la fe nuestros seres queridos, en la fe de la Iglesia, y agradezcamos al Señor el haberla recibido y haberla hecho nuestra.
Mensaje Jornada Mundial de la Juventud 2011.
"Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf, Col 2, 7)
"Arraigados y edificados en Cristo, firmes en la fe" (cf, Col 2, 7)
I. En la fuente de vuestras aspiraciones más GRANDES.
Numerosos jóvenes sienten el profundo deseo de que las relaciones interpersonales se vivan en la verdad y en la solidaridad. Muchos manifiestan la aspiración de construir relaciones auténticas de amistad, encontrar el verdadero amor, formar una familia unida, adquirir una estabilidad personal y seguridad, que puedan garantizarun futuro sereno y feliz. A pesar de que la cuestión de un trabajo seguro o un porvenir garantizado sea un gran problema en la mente de los jóvenes, se busca una vida aún más grande, encontrar la vida misma en su belleza e inmensidad. Este impulso de ir más allá de lo habitual está en toda generación, desear algo más que la cotidianidad de un empleo seguro y sentir el anhelo de lo que es realmente grande forma parte de todo joven y esto NO se trata sólo de un sueño vacio que se desvanece con los años. El hombre está creado para lo que es grande, para el infinito. Cualquier otra cosa resulta insuficiente. San Agustín lo expresa de gran manera: "Nuestro corazón está inquieto, hasta que no descansa en Ti".
El deseo de la vida más grande es un signo de que Él nos ha creado, de que llevamos su "huella". Dios es vida, y cada criatura tiende a la vida, en un modo único y especial, la persona humana hecha a imagen de Dios, aspira al amor, a la alegría y a la paz. Dios es la fuente de la vida, eliminarlo equivale a separarse de esta fuente e inevitablemente privarse de la plenitud y la alegría, "sin el Creador la criatura de diluye" (Gaudium et Spes).
Muchas culturas tienden a excluír a Dios con el riesgo de perder aquello que más profundamente nos caracteriza.
Por este motivo, los jovenes estamos llamados a intensificar nuestro camino de fe en Dios, somor el futuro de la sociedad y de la Iglesia y como el apóstol Pablo decía "es vital tener raíces y bases sólidas" especialmente hoy, cuando muchos no tienen puntos de referencia estables para construir su vida, sintiéndose así profundamente inseguros.
El relativismo no genera libertad sino inestabilidad, desconcierto y conformismo con las modas del momentos, por eso, tenemos el derecho de hacer nuestras propias opciones y construir nuestra vida, del mismo modo que una planta pequeña necesita un apoyo sólido hasta que crezcan sus raíces, para convertirse en un árbol robusto, capaz de dar fruto.
LA GRACIA.
"Gracia" es lo mismo que "regalo". Y es el don que Dios nos hace al comunicarnos su propia vida y que nos convierte en una nueva criatura, en una nueva creación, porque nos transforma totalmente en Dios. Al darnos el Espíritu Santo no solamente nos da algo, sino Alguién. El Esíritu Santo es una Persona, que es don y es dador . Y lo que nos da, es al mismo tiempo, Dios, y, con Él, la vida de Dios, que nos hace partícipes de la naturaleza divina (2Pedro 1,4).
La Gracia nos convierte en criaturas radicalmente trasformadas ya que pensamos, amamos y vivimos como el mismo Dios. Cuando queremos detallar la maravilla de la Gracia, especificamos sus efetos sorprendetes, y decimos que nos hace hijos de Dios; hermanos de Jesucristo y miembros suyos; templos vivos del Espíritu Santo; amigos de Dios; herederos del Cielo, porque en el Bautismo, al dársenos la Gracia, se nos da también la "cédula" (Filipenses 3, 20) que nos acredita ciudadanos del Reino de los Cielos.
Al convertirnos en un nuevo ser, la Gracia -Dios que vive en nosotros- trabaja sin cesar, se desarrolla continuamente haciéndonos crecer en la vida de Dios "hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud, la talla de Cristo" ( Efesios 4,13).
Por eso, el Espíritu Santo nos inspira la oración, nos da en cada instante la luz para conocer la voluntad de Dios, nos insinúa, nos ruega, nos pide y sobre todo nos da la fuerza para cumplir todo eso que quiere de nosotros, a fin de evitar el pecado y hacernos crecer en la vida divina. Aunque, eso sí, el Espíritu Santo nunca nos fuerza, nos deja libres, ya que sin libertad no habría amor.
Y lo que Dios quiere de nosotros es amor de hijos, no temor de esclavos. A esta acción del Espíritu Santo en nosotros la llamamos Gracia actual, porque nos ilumina, nos impulsa, nos ayuda y nos acompaña en cada acto y en cada momento de nuestra vida cristiana.
La Gracia nos convierte en criaturas radicalmente trasformadas ya que pensamos, amamos y vivimos como el mismo Dios. Cuando queremos detallar la maravilla de la Gracia, especificamos sus efetos sorprendetes, y decimos que nos hace hijos de Dios; hermanos de Jesucristo y miembros suyos; templos vivos del Espíritu Santo; amigos de Dios; herederos del Cielo, porque en el Bautismo, al dársenos la Gracia, se nos da también la "cédula" (Filipenses 3, 20) que nos acredita ciudadanos del Reino de los Cielos.
Al convertirnos en un nuevo ser, la Gracia -Dios que vive en nosotros- trabaja sin cesar, se desarrolla continuamente haciéndonos crecer en la vida de Dios "hasta que seamos hombres perfectos, hasta que alcancemos en plenitud, la talla de Cristo" ( Efesios 4,13).
Por eso, el Espíritu Santo nos inspira la oración, nos da en cada instante la luz para conocer la voluntad de Dios, nos insinúa, nos ruega, nos pide y sobre todo nos da la fuerza para cumplir todo eso que quiere de nosotros, a fin de evitar el pecado y hacernos crecer en la vida divina. Aunque, eso sí, el Espíritu Santo nunca nos fuerza, nos deja libres, ya que sin libertad no habría amor.
Y lo que Dios quiere de nosotros es amor de hijos, no temor de esclavos. A esta acción del Espíritu Santo en nosotros la llamamos Gracia actual, porque nos ilumina, nos impulsa, nos ayuda y nos acompaña en cada acto y en cada momento de nuestra vida cristiana.
YO AMO.
La fe es entrega a Dios. Es un "Sí" que lleva consigo, como en María, al fiarse de Dios en todo, creyendo lo que nos dice y siguiendo adelante por donde nos lleva su mano, con decisón y aunque no se vea nada. Así se acepta su voluntad siempre y en todo, como Jesús y María : "Yo no he venido a hacer mi voluntad, sino la de mi Padre" (Juan 6, 38); "Que se cumpla en mí Tu Palabra" (Lucas 1, 38).
Es lo mismo que nos exige a nosotros: "Quien guarda mis madamientos, ése es el que me ama" (Juan 14,21). Porque, "no el que me dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial" (Mateo 7,21).
El aceptar y cumplir la Ley de Dios, La Ley del Amor, es la manifestación del amor que le tenemos y como decía Tertuliano en la antigüedad cristiana, "El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley"
La Ley de Cristo NO impone una esclavitud, sino que da la máxima LIBERTAD.
Es lo mismo que nos exige a nosotros: "Quien guarda mis madamientos, ése es el que me ama" (Juan 14,21). Porque, "no el que me dice ¡Señor, Señor! entrará en el Reino de los Cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre Celestial" (Mateo 7,21).
El aceptar y cumplir la Ley de Dios, La Ley del Amor, es la manifestación del amor que le tenemos y como decía Tertuliano en la antigüedad cristiana, "El hombre es el único entre todos los seres animados que puede gloriarse de haber sido digno de recibir de Dios una ley"
La Ley de Cristo NO impone una esclavitud, sino que da la máxima LIBERTAD.
La Unción de los Enfermos.
Este Sacramento consta en la Palabra de Dios, que nos dice: "¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unján con óleo en el nombre del Señor. Y la oracion de fe salvará al enfermo, y el Señor lo reestablecera, y, si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (Santiago 5, 14-15). Administrada también con una unción, un masaje, es el encuentro de Cristo con el enfermo, al que cura si conviene, le conforta en la agonía o lucha final, le perdona todo el resto de pecado y le da los últimos toques a la Gracia, para que se presente dignamente ante Dios.
La Unción de los Enfermos es la preparación más bella en que soñamos para nuestra muerte. Y es el mayor bien que podemos procurar a nuestros familiares y amigos cuando les llega la hora. Para ello, hay que procurar que se reciba con pleno conocimiento. El enfermo, entonces, robustecido con la fuerza de Cristo, mira y espera la muerte con Paz, Serenidad y Confianza Total.
Este Sacramento consta en la Palabra de Dios, que nos dice: "¿Está enfermo alguno de ustedes? Llame a los presbíteros de la Iglesia, que oren sobre él y le unján con óleo en el nombre del Señor. Y la oracion de fe salvará al enfermo, y el Señor lo reestablecera, y, si hubiera cometido pecados, le serán perdonados" (Santiago 5, 14-15). Administrada también con una unción, un masaje, es el encuentro de Cristo con el enfermo, al que cura si conviene, le conforta en la agonía o lucha final, le perdona todo el resto de pecado y le da los últimos toques a la Gracia, para que se presente dignamente ante Dios.
La Unción de los Enfermos es la preparación más bella en que soñamos para nuestra muerte. Y es el mayor bien que podemos procurar a nuestros familiares y amigos cuando les llega la hora. Para ello, hay que procurar que se reciba con pleno conocimiento. El enfermo, entonces, robustecido con la fuerza de Cristo, mira y espera la muerte con Paz, Serenidad y Confianza Total.
¿QUÉ ES LA PENITENCIA?
Hoy se le da también el nombre de Sacramento de la Reconciliación, y en la Iglesia se administra por el rito de la Confesión. El pdoer de perdonar los pecados fue conferido por Jesucristo a la Iglesia, como consta en los Evangelios. Y es un poder aunténticamente ministerial, es decir, que sólo podrá perdonarlos quien tenga la potestad recibida de Jesucristo. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Juan 20,23). Y repite Jesús por Mateo, en el capítulo que trata sobre la constitución de la Iglesia: "Todo lo que ataren sobre la tierra, quedará desatado en el Cielo" (Mateo 18,18).
Decir: "Yo me confieso con Dios", es equivocar el número del teléfono..., que no contestará nunca. Valdrá, sí, esa confesión directa con Dios cuando uno está arrepentido y no puede confesarse con el sacerdote. De lo contrario, hay que atenerse a la condición impuesta por la Iglesia, que nos reitera en el canon 989 del Derecho la costumbre multisecular: "Todo fiel que haya llegado al uso de la razón está obligado a confesar fielmente sus pecados fraves al menos una vez al año".
Hoy se le da también el nombre de Sacramento de la Reconciliación, y en la Iglesia se administra por el rito de la Confesión. El pdoer de perdonar los pecados fue conferido por Jesucristo a la Iglesia, como consta en los Evangelios. Y es un poder aunténticamente ministerial, es decir, que sólo podrá perdonarlos quien tenga la potestad recibida de Jesucristo. "A quienes ustedes perdonen los pecados, les quedan perdonados. A quienes se los retengan, les quedan retenidos" (Juan 20,23). Y repite Jesús por Mateo, en el capítulo que trata sobre la constitución de la Iglesia: "Todo lo que ataren sobre la tierra, quedará desatado en el Cielo" (Mateo 18,18).
Decir: "Yo me confieso con Dios", es equivocar el número del teléfono..., que no contestará nunca. Valdrá, sí, esa confesión directa con Dios cuando uno está arrepentido y no puede confesarse con el sacerdote. De lo contrario, hay que atenerse a la condición impuesta por la Iglesia, que nos reitera en el canon 989 del Derecho la costumbre multisecular: "Todo fiel que haya llegado al uso de la razón está obligado a confesar fielmente sus pecados fraves al menos una vez al año".
¿QUÉ DECIR DE LA EUCARISTÍA?
La Eucaristía es el Sacramento más grande, pues en él está Cristo no solamente por sufuerza, sino que bajo las especies o apariencias del pan y del vino está Cristo real y verdaderamente presente. Es así porque, mediante las palabras de la consagración, el pan y el vino se han convertido en el Cuerpo y en la Sangre del Señor. La Eucaristía es el mismo sacrificio del Calvario: "Esto es mi Cuerpo,que por ustedes es entregado...Esta es mi sangre, que por ustedes es derramada... Hagan esto como memorial mío" (Lucas 22,19-20; 1Corintios11, 24-25)
Aquí esta Jesús como VÍCTIMA por nuestros pecados, porque es el mismo sacrificio del Calvario, y no otro distinto, por millones de veces que se repita, y es ofrecido "para el perdón de los pecados" (Mateo 26,28)
Está además como ALIMENTO de nuestra vida divina:"Yo soy el pan viviente que ha bajado del cielo, Quien coma de este pan vivirá para siempre" (Juan6,51). "Así como yo vivo por el Padre viviente que me envió, de igual modo, el que me coma a mí, vivirá por mí" (Juan 6,57).
Está como PRENDA de nuestra resurrección gloriosa: "Quien come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día"(Juan 6,54).
Y está como signo y lazo de UNIDAD de su Iglesia: "Así como es Uno el pan, un solo cuerpo somos toda la muchedumbre que participamos de este único pan" (Corintios 10,17).
¿Cuántas veces se debe y se puede comulgar? La Iglesia manda comulgar al menos una vez al año, durante el tiempo pascual. Pero debería comulgarse cada domingo, cuando se particina en la Misa. Así sería la Comunión el alimento ordinario del cristiano...¡Y ojala se comulgara cada día!
Según el nuevo Derecho Canónico, se puede comulgar dos veces cada día, con tal que la segunda vez sea dentrode la Misa entera en que se participe (Canon 917). Desde luego debe administrarse la Comunión por Viático a quien se halle en peligro de muerte, aunque ya hubiera comulgado ese mismo día.
Conviene insistir en que, para comulgar, NO hace falta confesarse, a no ser que se tenga pecado mortal, actual, y no confesado todavía. Las faltas de cada día, esas que tenemos todos y que no son graves, no impiden la Comunión. Aunque es de desear que quien comulga con frecuencia se confiese también con una conveniente periodicidad.
¿QUÉ ES LA CONFIRMACIÓN?
Los Apóstoles imponían las manos y el ya bautizado recibía el Espíritu Santo. "Fueron sellados con el Espíritu Santo" (Efesios 1,13), nos dice San Pablo. La Confirmación es el Sacramento que nos hace adultos en Cristo. Robustece la Gracia que se recibió en el Bautismo, nos une más estrechamente a la Iglesia y nos da fuerza para profesar, defender y propagar nuestra fe y la vida divina que llevamos dentro.
Aunque la Confirmación se puede recibir en cualquier edad, pues incluso la recibe un niño recién bautizado, la edad ideal es la del desarrollo, cuando el adolescente ya adivina y siente las primeras luchas por la virtud.
Los Apóstoles imponían las manos y el ya bautizado recibía el Espíritu Santo. "Fueron sellados con el Espíritu Santo" (Efesios 1,13), nos dice San Pablo. La Confirmación es el Sacramento que nos hace adultos en Cristo. Robustece la Gracia que se recibió en el Bautismo, nos une más estrechamente a la Iglesia y nos da fuerza para profesar, defender y propagar nuestra fe y la vida divina que llevamos dentro.
Aunque la Confirmación se puede recibir en cualquier edad, pues incluso la recibe un niño recién bautizado, la edad ideal es la del desarrollo, cuando el adolescente ya adivina y siente las primeras luchas por la virtud.
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